El final del verano llegó...


No es que se acabe el verano, se nos acaba el tiempo de ocio, el tiempo de no llevar reloj, el tiempo de acostarte de una manera más laxa y relajada sin el estrés de levantarte a una hora determinada. Bien, pues eso se acabó (para la mayoría). Yo creo que éste, es uno de los veranos que menos ganas tengo de volver a la rutina. Y si lo pienso detenidamente, es hasta buena señal porque hay implícitos muchos matices ahí, en ese no querer volver. Es bien sencillo: no apetece la prisa, a veces, desmesurada, ni salir por la mañana y ver oscuridad, ni tener que cumplir ya plazos para todo, dentro de un tiempo que se nos escapa y es ahí donde  nos traga. Se nos imponen las obligaciones (mil y una), las nuestras y las de nuestros hijos (porque para eso son niños y viven todo con otra perspectiva y en otra dimensión que ya quisiera yo) y las de la casa y otras que surgen de la nada en momentos pocos propicios. En fin, que hay pocas ganas. Eso parece entonces. Lo bueno de este verano para mí es que he descubierto el disfrute de no pensar en nada más que en el instante presente. Mañana pensaré, ya lo decía Escarlata O'Hara. Me he descubierto más serena y al tiempo más abierta a lo que venga. Porque entiendo que la vida es siempre  un imprevisto (yo que no lo pensaba y ahora así lo entiendo).Pero igualmente se abre paso a brazadas la nostalgia inevitable de que algo se acaba. Eso sí permanece: una tristeza endeble al decir adiós a agosto.Cuántos finales de verano lloré con la escena de Beatriz en el coche diciendo adiós a Pancho, aquello sí era amor. Amor del bueno, del puro, adolescente, y todo se vivía de manera más intensa. Si hay algo que echo de menos de aquella época, no es a Pancho ni a Javi, el guaperas de Verano Azul, no es que ya no voy al cole ni al instituto (que sigo yendo,por cierto), no es tampoco la agenda llena de nuevas direcciones con las que mantendría correspondencia asidua durante el curso, es,sobre todo, la intensidad de creer que todo era posible. Hasta lo imposible era posible. Los sueños llegaban con demasiada fuerza y ahínco como para renunciar a ellos. Y va pasando el tiempo y,con frecuencia, la vida te va restando fuerza y credibilidad en aquello que tú pensabas imposible y lo veías posible. El reloj va afeitando los sueños y,aunque deja algunos, ya no creemos con tanta pasión en ellos. Eso será quizás madurar, no lo sé, pero sí sé que es más triste y aburrido. Aún así, existen los sueños, porque estamos hechos de esta materia fungible que se refugia pensando que todo saldrá bien. Y será así, porque se hace necesario.Hay que perseguir la estela de las ilusiones siempre. Es la única forma de estar más cerca. Yo miro mucho al cielo, me traslada, me eleva y, por segundos, me aparta de lo intrascendente para seguir viviendo y sonriendo. Ya lo decía Flaubert:"Si miráramos siempre al cielo, acabaríamos por tener alas" debe ser que por eso estoy un poco"volada". Y mientras tanto, veo los pájaros que emigran con cierta prisa ya, como la nuestra. Porque al final es eso: buscar espacio y tiempo para seguir viviendo, para seguir soñando.
  Y yo, de tanto querer volar y no poder, de tanto arrancar el vuelo y no subir, de tanto volar conmigo y tú soltarme, de tanto querer amar y  no ascender, me quedé en los suburbios de la luna (menos mal que la luna derramó su belleza y así me consoló).Pero eso ya fue ayer.Hoy ha pasado. Así que bueno, "mañana pensaré". ;)

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