Hay que saber decir adiós

"Hay que saber decir adiós" dice uno de los capítulos del libro de Javier León Ama hasta que te duela. Cuando lo leí,  en su libro vislumbré mucha luz. Eso es verdad. La realidad luego es bien distinta. Pues  con el adiós de a pie todo se ensombrece y llega la oscuridad. La oscuridad es fea y se tiñe de vísceras, de hiel, de enlatados reproches y poca piedad. Depende mucho de quién diga adiós a quién, claro. Y del momento del adiós.  Y del porqué del adiós. La mayoría de las veces, los adioses no bailan al unísono y, el uno se queda mirando desde un túnel cómo se aleja la silueta de los pasos ya borrosos del otro.  Ojalá supiéramos ser más generosos con el otro y con nosotros mismos. Pero pueden las vísceras y no el corazón. O es el que corazón infartado el que habla. Para eso también hay solución. El corazón es un músculo, sólo basta entrenarlo. Es verdad que no he tenido el gusto de conocer gimnasios ni entrenadores personales que lleven al corazón a esos parajes del perdón y el amor desde otros fondos. Y sin embargo, como late y bombea, es su naturaleza intrínseca, en estos casos se convierte en bomba que intenta exterminar y minar el corazón del otro. 
Y es extrañamente horrible comprobar que una mitad tuya que te acompañó tantos días y noches, se vuelve amnésica, cruel y despiadada.  Una mitad, que desconoces, que siembra un campo de minas para exterminar la sangre que te recorre. Ese campo de minas que antes era un campo de trigo y de espigas doradas se ha vuelto triste. 
Así, somos tan básicos que volvemos a los instintos primarios más viles aun cuando se supone que nada tenemos que ver con el hombre primitivo. Pero el ser humano es así, aún con matices, sigue siendo en estos casos muy primario. Es una pena que después del adiós, que siempre llega, no sea sólo el adiós lo te embargue. El adiós se vuelve cancerígeno como resultado del orgullo herido, instintivo, básico, que siente el corazón abandonado cuando el otro se ha dejado sorprender por otros ventrículos, y, apenas, sin querer ha empezado a respirar de esa otra vena aorta. Así que los corazones se vuelven locos: uno bombea sangre a destiempo, el otro enferma y llega la metástasis y no hay salida. Es tanto el daño que se hace hablando desde las tripas que no puedes creer que esa persona sea la misma en la que tú te reflejaste. Ya nada tiene sentido. Se anulan las posibilidades de reparar cualquier grieta porque el jarrón se hizo añicos, y eso es siempre irreparable. Ni el adhesivo más potente es capaz de unir los trocitos sin dejar apenas rastro. Eso será siempre vulnerable de estar en un sitio inesperado y zas, los pedacitos se harán incluso más pequeños. Será por eso que dicen que las segundas partes nunca fueron buenas. 
Lo que no dejará de sorprenderme es como el reproche y la enajenación  y la sangre que hierve sean capaces de tanto. De olvidarse por completo de aquello que se consideraban  virtudes, cualidades que te hacían único. Qué va, ya apenas queda nada. Sólo es el humo que toma cuerpo y dirección opuesta al amor y al perdón. Así que en los pasajes del adiós que desgraciadamente a veces llegan,  sabed estar anclados a la tierra, que el temporal no os lleve. Por supuesto, después de las palabras enlatadas con olor a las vísceras del reproche, si os mantenéis con vida, saldréis siendo otros. Creo que el único fármaco capaz de aliviar todos estos efectos secundarios que provoca un corazón que ha dejado de ser corazón, es evitar todo, absolutamente todo, de lo que llega después del después. Un después sin después sí tiene posibilidades de ser un campo llano y limpio al sol. Lo demás son terrenos abruptos, arados y tristes que se vuelven estériles.



2 comentarios:

  1. Precioso Sierra. Precioso y real. Es un arquitectura interior leerte mientras uno intenta leerse también a si mismo. Un beso. Olga

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  2. Muchas gracias Olga, ahora llevo un tiempo que escribo poco, atravieso una etapa de parajes desiertos. Un beso.

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